¡Hola!
El ejercicio de hoy parecía muy difícil al principio, pero con un poco de esfuerzo resultó realmente divertido. El juego consistía en escribir en papelitos los nombres de varios personajes de ficción de cualquier cuento, historia, película o comic de cualquier época, y después coger dos al azar, sin mirar. Con los dos personajes que nos tocasen, teníamos que elaborar una breve historia. Espero que la disfrutéis tanto como yo.
¡Hasta pronto!
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En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre sí me acuerdo, porque es mi pueblo, vivía un humilde molinero llamado Justo. Os voy a contar su historia porque cosas así no pasan en San Antonio de los Molinos todos los días.
Como os decía, Justo era molinero aquí. Todos los días se ocupaba de moler el trigo para convertirlo en harina. No os creáis que era un trabajo fácil, siempre era duro y a veces incluso peligroso, ya que los molinos habían visto días mejores. A pesar de ello, Justo nunca se quejaba, de hecho era un hombre muy tranquilo, nunca levantaba la voz ni decía una palabra de más.
Hasta aquí todo bien, su vida fue tranquila desde el día en que nació hasta aquella calurosa mañana de agosto. El sol brillaba con fuerza cuando apareció en el horizonte una triste figura. Poco a poco se fue acercando hasta que comprendimos que se trataba de un delgado señor que se hacía llamar Don Quijote y decía ser caballero. En el pueblo no nos lo creímos mucho hasta que vimos a su escudero, más bajito y rechoncho, que se hacía llamar Sancho. Ahí ya no pudimos objetar nada, si tenía un escudero no podía ser sino un caballero.
Al principio nos hizo hasta ilusión, fíjate, un caballero en San Antonio de los Molinos, quién nos lo iba a decir. Les montamos una fiesta con orquesta y todo. Pero no tardó mucho el dichoso Don Quijote en dar problemas. Pronto se puso a hablar de que si gigantes y de que si Dulcineas y nos tenía locos.
El que más lo sufrió fue el pobre Justo, que día sí y día también se encontraba las aspas de los molinos llenas de sietes y roturas. Y cuando se dio cuenta de quien era, calmado como siempre, intentó razonar con él. Pero parece que las negociaciones no llegaron a buen puerto, porque Justo seguía encontrando destrozos en sus molinos y el otro seguía dando la matraca con los gigantes.
Hasta que llegó el día en que Justo se encontró un molino tan maltrecho que no pudo hacer su labor. Y ahí que fue a la plaza a buscar al caballero errante, que a esa hora estaba tomándose un finito para descansar de tanta justa.
Justo le dijo que ya valía, que por ahí ya no pasaba, que dejase de tocar las narices con esa ridícula lanza. Parece que Don Quijote no lo tomó muy bien, y sintiéndose superior a Justo, le pinchó un poco la barriga con la lanza, no para herir la carne sino el orgullo.
Todos se rieron y vimos a Justo ponerse colorado como nunca. Siguió gritando al esbelto señor, pero como no cedía, Justo se iba poniendo cada vez de un color distinto: rojo, luego blanco, después azul y finalmente empezó a ponerse verde. Ahí ya nadie se reía y las caras de asombro fueron pasando a ser de temor cuando Justo empezó a hincharse como un globo, pero no de gordo sino de fuerte. Creció tanto que llegó a medir cinco palmos más y su espalda y sus brazos llegaron a romper su camisa hasta que se quedó con el torso desnudo.
En ese momento se le bajaron los humos a Don Quijote, y en cuando Justo empezó a dar puñetazos en el suelo, tan fuertes que movían la tierra, salió trotando en su Rocinante como alma que lleva el diablo.
Cuando conseguimos cerrar los ojos como platos que se nos habían quedado, Justo ya había recuperado su forma normal y recogía del suelo los trozos de su camisa. Así, tan calmado como solía ser, se despidió como si nada hubiese pasado y se fue para el molino, a ver si podía arreglarlo.
Lo cierto es que para ser una historia tan jugosa, no se habla mucho de ella en el pueblo, por eso la cuento, para que no se pierda. Eso sí, desde entonces procuramos no toserle mucho a Justo, por si las moscas.