Marcos caminó hasta que cayó la tarde con la carta de despido ardiéndole en el bolsillo. Cuando ya era casi noche cerrada, se topó con el bar "Night". Era un local típico de la noche, jamás lo verías abierto bajo la luz del sol. Y como guarida nocturna que era, solía albergar a los amantes de lo oscuro. Allí se solían mezclar fracasados, prostitutas, traficantes, abogados, vendedores de seguros, divorciados, empresarios... en definitiva, todo aquel que estuviese dispuesto a enterrar las amarguras del día en un manto de oscuridad, sustancias recreativas y música estridente.
Con el sabor del fracaso todavía en la boca Marcos decidió entrar, dispuesto a perderse en la sudorosa multitud. Después de aquel año terrible de trabajo y su humillante despido, decidió que necesitaba desconectarse de la realidad.
Tras un rato forcejeando en la barra con chicas ligeras de ropa y tipos de mirada agresiva, consiguió pedir una copa, que se bebió casi de un trago. "Ahí va" pensó, con eso enterraría toda la ira acumulada durante estos años de abusos.
Miró hacia la pista de baile tal vez en busca de alguna mujer sola a la que le pareciera fácil acercarse. Pero el vuelco que sintió en el estómago le impidió fijarse en ninguna. Tal vez los siguientes tragos tendrían que ser más suaves. "Sin prisa pero sin pausa" se dijo. Y trago a trago fue dejándose llevar por la atronadora música que cada vez se aferraba más a su cerebro, impidiéndole pensar en otra cosa. Cada vez que tomaba un trago visualizaba un pensamiento de ira; aquella vez aceptó trabajar hasta tarde, el día que tuvo que limpiar los baños, ese mes en que le pagaron sólo un tercio, aquel día que fue ridiculizado en público...
A medida que pasaba la noche esos ecos se volvían menos intensos y se iba sintiendo más anestesiado. Pronto empezó a tener problemas para coordinar bien su cuerpo, y la fatiga empezaba a adueñarse de él. En ese preciso momento vio como dos chicas compartían cuchicheos en un esquina especialmente oscura. No paraban de hablase al oído y reír como dos niñas de colegio. A su aturdido cerebro le pareció reconocer que una de ellas lo miraba y sus piernas caminaron solas hacia ellas. Sin embargo, sin percatarse si quiera de su presencia, recogieron sus bolsos diminutos de la repisa para dejar copas y se alejaron. Aunque sus párpados ya iban cayendo, vio encima de la repisa tres pastillas, seguramente caídas del bolsito con lentejuelas. A pesar de la borrachera todavía sintió la punzada del fracaso con las chicas, que ni siquiera se habían percatado de que existía. Así que tomarse una de esas píldoras amarillas le pareció una buena idea. Tal vez probaría otra sensación diferente a la miseria.
Al principio no notó nada, pero tras tres canciones una terrible sensación de claustrofobia le invadió de pies a cabeza. Como si se tratase de un animal encerrado, salió del local a empujones.
Cuando consiguió salir, una oleada de aire frío le impactó en la cara, aliviando su angustia. Inmediatamente se sintió lleno de euforia y se regocijó en el maravilloso silencio que reinaba fuera, no podía oír nada salvo el característico pitido de oído que queda al salir de un local ruidoso.
Con los pies tambaleantes intentó buscar el camino a casa pero pronto se encontró perdido. Por esa zona todas las calles eran parecidas y no podía reconocer en cual se encontraba. Llegó a un callejón totalmente solitario, donde sólo se oía una gotera sobre unos cubos de basura. No sabía donde estaba y la cabeza le daba vueltas.
Detrás de sí oyó un gemido, que le paralizó el cuerpo. Después unos susurros y silencio otra vez. Lo invadió el pánico y fue corriendo sigilosamente a esconderse detrás del cubo metálico donde caía la gotera, y miró hacia donde venían los ruidos.
Pasados unos segundos la luz de una farola iluminó una figura que no alcanzó a reconocer saliendo tras un contenedor, por un momento pensó que le estaba mirando, pero puso respirar tranquilo cuando se alejó despacio con ruido de tacones, debía de ser una mujer.
Aliviado salió de su escondite y se acercó a la esquina del contenedor para curiosear cómo se alejaba la chica. Cuando asomaba la cabeza por la pared de ladrillo, alguien le agarró de la mano y sintió un vuelco en el corazón que casi se lo hace explotar. Un hombre igual que su tiránico jefe, pero con el traje manchado, despeinado y tan borracho como él lo estaba mirando y le agarraba el brazo. Sin duda habían participado en la misma fiesta.
No supo si el valor se lo dieron las drogas o era suyo, pero ahora que no tenía nada que perder, puso todos los recuerdos que había adormecido en su puño libre y lo estrelló con toda la fuerza que pudo en la cara de aquel monstruo. Éste cayó de espaldas. No le importó si estaba vivo o muerto, se dio la vuelta y dejó que la tranquilidad le embriagara ésta vez de camino a casa.
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