"Las palabras son nuestra más inagotable fuente de magia" (Albus Dumbledore)

lunes, 1 de agosto de 2016

Un regalo para el abuelo

¡Estoy de vuelta y traigo grandes noticias!

Como habréis podido comprobar, hubo un largo parón en las historias, y es que por motivos ajenos a mi voluntad, no pude acudir al curso de escritura durante el último trimestre y me quedé sin historias que pasar de tinta a las teclas. 

Pero eso no significa que haya dejado las letras de lado, ¡ni mucho menos! Como cada año, el curso de escritura creativa Alfa ha autopublicado un libro con los relatos de sus alumnos, y por supuesto no me quise quedar sin participar. Ha sido una gran ilusión poder ver mis palabritas impresas en papel, junto al trabajo de tantos compañeros.

Para participar en la compilación, cada alumno suele escoger uno de los relatos escritos durante el curso y reescribirlo de forma más cuidada y adaptándose a las exigencias de espacio y temática. También ha sido magnífico poder experimentar a mi pequeño nivel, el gran trabajo que supone publicar y darle forma a un relato. 



Y así es como tras varias revisiones "El abuelo" se convirtió en "Un regalo para el abuelo", que ahora forma parte del conjunto "Que es un soplo la vida". 
Espero que lo disfrutéis tanto como yo escribiéndolo y ¡que nunca dejéis de leer!

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Felipe pasó su vigésimo cumpleaños contemplando el ataúd de su abuelo. No podía haberse imaginado una celebración peor. Después de un día tan largo rodeado de tristeza, necesitaba unos instantes de soledad, así que dejó a la familia en el salón y fue a la cocina. Fue a servirse un vaso de agua, pero al meter la mano en el armario sintió un pellizco en el pulgar. Apartó el brazo y una pequeña dentadura de cuerda que daba mordiscos al tocarla cayó al suelo. Su abuelo solía esconderla por los armarios de la casa para asustar a su familia. <<Hay que estar listo para lo inesperado>>, decía siempre. Encontrar aquella trampa le hizo sonreír por primera vez en todo el día. 

Aún sonriendo, se dirigió al despacho del anciano, donde tal vez aliviaría un poco el enfado que sentía hacia él por elegir precisamente el día de su cumpleaños, que siempre celebraban juntos, para morir. 

El despacho aún conservaba la esencia de aquel viejo al que tanto quería. Desde la puerta, como si mirase una pantalla de cine, fue repasando el interior. El espíritu del abuelo seguía vivo en cada uno de sus rincones. Llamaba especialmente la atención el gran cuadro que ocupaba toda la pared izquierda. En él estaba enmarcada la colección de botones raros, dispuestos de tal forma que componían un botón clásico gigantesco. En la pared de enfrente estaba la biblioteca llena de libros en mil idiomas y animalitos disecados con divertidos sombreros. Felipe sintió una punzada en su estómago, nunca podría volver a preguntarle al abuelo Matías las historias locas que acompañaban a todos aquellos tesoros. Muchas las conocía, otras ya no podría oírlas en su voz. 

Entró por fin en el despacho y tomo la foto sobre el escritorio. Se vio a si mismo cuando tenía diez años, estaba sonriendo con la boca ensangrentada. Esa mañana se había caído en las rocas mientras intentaba atrapar el pez diminuto que sujetaba en la imagen. Felipe había intentado limpiarse para la foto, pero el abuelo se enfadó mucho y lo detuvo; siempre decía que era más importante recordar el sacrificio que se hacía para conseguir algo que el logro en sí. Así era el abuelo, un apasionado de lo peculiar. Y un sabio, aunque a menudo lo tachasen de loco y excéntrico, pero eso era porque la mayoría de la gente no conseguía entender sus razones. ¿Qué iba a hacer ahora sin él? ¿Quién le enseñaría la forma correcta de ver el mundo? Felipe se sintió tremendamente solo. Devolvió la foto a su sitio con cuidado y siguió en busca de esa conexión que ahora sentía perdida. 

Abrió el viejo baúl de madera. Allí estaba el horrendo muñeco de guiñol que le asustaba cuando era pequeño. Revivió el mismo terror que el día de su séptimo cumpleaños cuando el abuelo lo sacó para intentar hacer una actuación que terminó con ocho niños llorando. El padre de Felipe le echó una buena bronca por tener esa idea. Después de aquello, Matías se disculpó con su nieto por estropearle el día y le dijo que solo quería enseñarles ese muñeco horrible para que supiesen que todas las cosas feas de este mundo se pueden transformar. Si le hubiesen dejado terminar la obra, les podría haber enseñado un encantamiento para convertir todo lo aterrador de este mundo en una oportunidad, en una aventura. A Felipe se le inundaron los ojos, ojalá supiese cuál era ese hechizo para poder cambiar también este día. 

Volvió a cerrar la tapa del baúl y se centró en el primer cajón del escritorio. Allí encontró parte de la correspondencia del abuelo. La carta que más le gustó a Felipe fue una donde el viejo recriminaba al agente inmobiliario que le había vendido la casa que ésta no estuviese encantada, tal y como decía toda la gente del pueblo. Se rio a carcajadas con las quejas del entonces joven Matías, que alegaba que en dos meses no había visto ni un solo fantasma. En el siguiente cajón encontró solo dos cosas, un abrecartas y un sobre cerrado que decía: <<Mis últimas palabras para mi querido nieto Felipe>>. Sintió un vuelvo en el corazón y rasgó el sobre con ansiedad. Su mano temblorosa sujetaba el papel rugoso con unas pocas líneas escritas. Se sentó en el suelo y comenzó a leer despacio, saboreando cada palabra: 

<<Mi queridito Felipe, mucho me temo que éste va a ser el segundo cumpleaños que voy a estropearte. Seré breve porque ya sabes que odio a los robatiempos. La gente suele dar regalos en los cumpleaños, pero ya has podido comprobar que yo no soy como la gente, así que te pido que me des un regalo a mí. Te ruego que me recuerdes. Mi única esperanza para seguir vivo de una forma digna es tu recuerdo. Los demás nunca han entendido quién soy, no les culpo, no creo que fuese fácil ser familia de un chalado, como todos me consideraban. Incluso tu abuela, que me ha tratado con tanto amor, no podía ver lo que tú. Espero que nuestras vivencias juntos te hagan más bien que mal el resto de tu vida y, sino es así, transfórmalo. Ya eres mayor para saber que no hacen falta hechizos mágicos para eso. Recuerda también que el tiempo que tienes es breve; lo que para ti es toda una vida, apenas veinte años, para mí ha sido poco más que un parpadeo. El tiempo irá cada vez más deprisa, no lo malgastes. 

Te quiero, Felipe, dame tu regalo y siempre estaré contigo>>. 

Felipe dobló la hoja en silencio y no se esforzó por contener las lágrimas. Se sintió aliviado por hacer las cosas al estilo del abuelo y poder ofrecerle un regalo por su cumpleaños, el mejor que nunca haría. 

sábado, 5 de marzo de 2016

Un buen trabajo

¡Buenas! Hoy os traigo un relato que fue muy divertido de escribir. El ejercicio consistía en emplear un campo semántico determinado en un contexto diferente. En este caso, como vais a ver, yo he utilizado el de la cocina en un contexto bastante diferente. Tengo que aclarar que yo no tengo ni idea de cómo se trata un cadáver, así que es muy posible que las cosas que describo no tengan nada que ver con lo que se hace en la realidad. Aún así espero que lo disfrutéis. 

:)

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El fuego del horno se iba apagando cuando Roy recibió un aviso de su socio. 

- ¡Roy! Tenemos un encargo urgente. El funeral se celebra mañana mismo. 

- ¿Mañana? ¡Maldita sea! Tendré que atrasar muchas cosas, ¿de qué se trata?

- ¡Aceite!

Aceite quería decir embalsamado. Roy suspiró fatigosamente, ese trabajo le llevaría toda la noche. 

Su socio le acercó la camilla y Roy fue a por los productos desinfectantes. Aunque ninguno de sus clientes podía ya infectarse, la higiene debía ser estricta. 

- Vas a tener que hacer de pinche si quieres que este pavo esté listo para mañana. - Le dijo Roy a su socio con cierto resentimiento, cuando le vio dispuesto a escapar por la puerta. 

Éste, resignado, se puso el gorro y se unió al trabajo. Al levantar la sábana un olor empalagoso ambientó la sala, lo cual no era muy buena señal. Entre los dos desnudaron al hombre y lo lavaron con un trapo empapado en una mezcla especial de agua, sal y algunos conservantes. Esto hacía que la piel muerta se conservase hidratada durante 72 horas. 

Después procedieron a la menos agradable tarea de drenar los fluidos corporales y sustituirlos por una salsa especial a base de formol y otros productos. Éste proceso abotargaba el olfato y dejaba un regusto amargo en la boca, por lo que encendieron el extractor para paliar un poco de ese efecto. El fétido jugo humano se iba recogiendo en una olla, al tiempo que se inyectaba la estéril mezcla en el cuerpo. 

Normalmente el horrible contenido de la olla desaparecía por una tubería de la máquina drenante, pero un residuo orgánico algo esponjoso había obstruido el filtro, por lo que tuvo que deshacerse de aquello con un cucharón, echándolo al fregadero como si fuesen los restos de una sopa macabra. Estaba seguro de que si sanidad se enteraba de eso no volverían a tocar un cadáver. 

Por la mañana, habían terminado pero ellos parecían dos cadáveres y el muerto lucía un rostro iluminado y fresco. Orgullosos de su presentación final, metieron al cliente en la nevera y llamaron a la familia. Seguido se limpiaron y fueron a tomar una copa de vino, esa jornada de trabajo bien lo merecía. 



La mesa

Ahora sólo me llega hasta algo por encima de la rodilla, pero recuerdo que antes esa mesa redonda me parecía enorme. Estaba colocada junto a la ventana de una habitación con paredes rosas y edredón rosa y cortinas rosas. Yo no puedo acordarme pero estoy segura de que la primera vez que cogí un lápiz e hice un garabato fue en esa superficie. 

Después de eso vinieron otros muchos dibujos de todas las formas y colores. Desde que tengo memoria hasta que las piernas me chocaban con ella, esa mesa siempre estuvo conmigo. Era como un pequeño refugio, un sitio hecho sólo para niños desde el que contemplar todo lo que pasaba fuera. 

Me encantaba mirar los árboles y el agua, y como a veces, el barco amarrado a tierra desaparecía y podían otro distinto. También solía esperar con ganas la llegada del tren, que a veces era solo gris y corto, pero otras venía con muchos vagones de colores, y yo podría decirlos todos. 

Es curioso como un mueble tan pequeño puede hacer a alguien tan grande. Porque los adultos podían venir de visita, pero para ello tenían que agacharse más de lo que les resultaría cómodo y por su tamaño nunca podían estar allí sentados tan a gusto como yo. 

En todo lo demás había que acomodarse al tamaño adulto, excepto en esa mesita, donde eran los mayores los que tenían que hacer el esfuerzo. 

Es cierto que con los años la mesa fue perdiendo su magia, pues cada vez me iba quedando más incómoda, a medida que el resto se iba adaptando a mi tamaño. Sin embargo, aunque ambas hayamos cambiado, todavía puedo colocarme junto a la mesita, que ahora lleva un mantel y sostiene una planta, mirar por la ventana y disfrutar viendo pasar el tren. 



Mi primer día de playa

El perro de mi infancia se llamaba Ron. Aquel peludo de cuatro patas fue mi mejor amigo, sino el único, durante aquellos años. 

Nunca se me dio bien construir relaciones, de hecho, hoy en día tampoco es mi fuerte. Sé juntar palabras y empezar conversaciones, pero rara vez lo que digo es de agrado para el resto del mundo. Por eso era genial mi relación con Ron, como no podía comprender mis palabras, no podía pensar que sólo decía estupideces o cosas raras. Aunque, si os digo la verdad, a veces parecía que sí escuchaba, sólo que como él también era algo estúpido y raro, no podía juzgarme. 

Un buen ejemplo de lo peculiares que éramos fue la vez fuimos a ver el mar con la familia. Lo que cabe esperar de un niño corriente es que esté entusiasmado con el agua y la arena, pero yo me negaba en redondo a pisar aquel suelo poco uniforme y mucho menos meterme en aquella agua salada llena de peligros. 

Mis padres lo estaban intentando todo para convencerme, ya que sino el largo viaje hubiese sido en vano. Y cuando ya se iban a dar por vencidos, Ron, que llevaba un rato dormido, se despertó con el graznido de una gaviota y salió despavorido a esconderse en una nave abandonada del paseo marítimo. 

Aquel lugar era mil veces peor que la playa: oscura, sucia y llena de tablones con puntas oxidadas. El chucho había ido a esconderse entre un montón de cestos que me recordaban a los que usaba mi yaya Fili para recoger la cosecha, sólo que olían fuertemente a pescado podrido. 

Al parecer, se le había pasado el susto y ahora rebuscaba intentando localizar la fuente de pestilencia. Yo estaba furioso, tenía muchas ganas de dar puñetazos, pero no lo hice. Mi temor a morir por culpa de la infección que me causaría tocar cualquier cosa de allí superaba a mi enfado. Aunque el sentimiento que prevalecía por encima de todo era el de sacar a mi amigo de aquel horrible lugar y bañarlo con jabón de aroma de limón. Una vez más, me quedé con las ganas, porque mi padre, que estaba más enfadado que yo, golpeó con toda su fuerza una tubería con una de las tablas. El estruendo fue tal que se desprendieron algunos azulejos del edificio, hasta tuvimos que taparnos los oídos. 

Como podréis imaginar, Ron salió pitando entre los cestos con una mirada de loco que le había visto jamás. Para colmo, en lugar de venir hacía nosotros, iba directo a una salida sin puerta que daba a la playa. Mi padre intentó agarrarlo del collar, pero el perro tiró tanto que se rompió. Así que nos quedamos como tontos viendo como Ron iba hacia la arena, pisando toallas y cabezas en dirección al mar. 

- ¡Maldito perro! - dijo mi padre. - ¡Vámonos! Que se ahogue si es tan idiota. 

La idea de ver a mi perro ahogado hizo sonar violines de la muerte en mis oídos. Sin saber de dónde salió el valor, como si estuviese soñando, eché a correr hacia la arena mientras dejaba una estela de gente protestando por llenarles la cara de arena. 

Y así es como me bañé en el mar por primera vez, con ropa y todo. Estoy seguro de que mi padre hubiese deseado que fuese de otra manera. 


martes, 9 de febrero de 2016

El regalo

¡Bienvenidos un día más!

Hoy os traigo un texto muy breve, pero muy gratificante de escribir. Es, como otras veces, un texto exprés, es decir, escrito en unos pocos minutos y corregido después. 

El ejercicio consistía en escribir un relato a partir de un objeto significativo, y así usarlo como medio para expresar situaciones, sentimientos y vivencias. 

¡Espero que os guste!


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Los adultos no suelen entenderlo pero el colegio es una sociedad con estratos muy estancos donde la edad marca tu estatus. Así que los seis cursos de primaria son una lenta escalada donde, poco a poco, se va ganando importancia. Es por eso que llegar a sexto significa estar en la cima de la pirámide. 

Sin embargo, el último curso resulta ser un arma de doble filo, porque, una vez acabas, vas a la jungla, también conocida como instituto. Allí vuelves a ser el pringado y canijo que se esconde entre los arbustos para que no se lo coman los leones. 

Los profesores lo saben y por eso preparan a sus alumnos dándoles charlas y consejos sobre lo que se van a encontrar. Aunque otras veces también usan la amenaza del futuro instituto para bajarle los humos al que se pasa de la raya con un niño más pequeño. 

Ellos se manejan en ésta contradicción y símbolo de ello es el regalo de despedida que les dan a sus alumnos, que ya no son tan niños, pero tampoco son adultos todavía. El obsequio es, ni más ni menos que una pluma de tintero, acompañada de su lacre y su sello. Para que escriban cartas, los angelitos, que acaban de aprender a escribir con bolígrafo. 

Pero a pesar de todo este lío, sin duda resulta un regalo acertado, muy significativo, si lo piensas bien. Es un objeto hermoso y poderoso, pero que es muy difícil de llegar a manejar. Los que se animen a usarla, al principio no conseguirán escribir nada, se mancharán las manos y se frustrarán al no conseguir más que borrones de tinta. Incluso puede que algunos pocos lleguen a manejarla de tal forma que consigan una caligrafía admirable, pero incluso ellos seguirán teniendo un borrón de tinta de vez en cuando.  Exactamente lo mismo que les espera en la vida. 



domingo, 31 de enero de 2016

Extraños desconocidos

Maddy había cumplido su deseo: alejarse de todo por un tiempo indefinido. Si bien es cierto que en ocasiones dudaba de su decisión, la mayoría del tiempo podía mirarse al espejo y confirmar que seguía siendo ella quien quiso estar allí. 

No fue una decisión fácil, se había embarcado en el primer crucero espacial de la historia, y eso suponía muchos desafíos. Por una parte, los típicos de cualquier trabajo nuevo, nada menos que enfrentarse a las exigencias de sus jefes, de sus compañeros, de los clientes y de sí misma. Y por otro, mantener el miedo a raya siempre que había algún imprevisto en la nave espacial. 

Además, cuando el trabajo resultaba especialmente duro en la cocina de la nave, tenía que esforzarse en pensar que aquello era mejor que escuchar a su padre que debía estudiar lenguas alienígenas para llegar a ser alguien importante. Le pasaba sobretodo cuando estaba preparando la salsa de almejas, que era realmente complicada, ya que debía quedar comestible para siete especies diferentes. Lo que suponía que un pequeño error podría matar a parte importante de los pasajeros. 

Estaba muy concentrada comprobando que la cantidad de perejil fuese exacta cuando llegó un grupo de unos diez desconocidos muy extraños en la cocina. Eran muy similares a los humanos, sólo que su piel era azulada y escamosa. Además, sus ojos no tenían pupila, sino que eran simples globos oculares blancos, lo que les daba un aspecto muy siniestro. Aunque eran mejores que las bestias con tentáculos de la cubierta cinco. 

No tardó mucho en aparecer un guía que les explicó en su lengua cómo funcionaba la cocina, o eso le pareció por los gestos que hacía. Cuando el grupo fue saliendo, un rezagado se quedó mirando a Maddy con esos ojos sin dirección y se acercó a ella. 

- Hola - dijo mecánicamente - me debes dinero. 

Maddy hizo una mueca, entre sorprendida y asqueada por el aspecto de ese ser semi-humano. Los ojos inertes del alienígena captaron su desagrado y al parpadear, dos pupilas negras rodeadas de iris azul aparecieron en cada uno de sus globos blancos. 

- ¡Hola! - dijo esta vez más enérgico - me debes dinero. 

Algo más reconfortada por una mirada más reconocible, Maddy consiguió balbucear unas palabras. 

- No lo recuerdo...

La nueva mirada del extraterrestre se volvió más empática, respiró hondo, cerró los ojos, que podía ver moverse bajo sus párpados y poco a poco, su piel se fue volviendo rosada y suave, como la de la chica. 

- ¡Cielos! - se sorprendió, y se le cayó el tarro de perejil en la cazuela, estropeando la salsa. 

- Te ruego me disculpes - dijo ésta vez el ser, como si hubiese nacido en la Tierra - Estoy aprendiendo tu raza todavía. 

- Querrás decir mi idioma. 

- Sí, eso también - explicó con paciencia - pero en mi planeta, además de aprender la lengua de una especie, aprendemos también su aspecto. 

A Maddy podrían haberle pinchado con una aguja y no hubiese salido sangre. Ante su cara perpleja, el amable ser rió. 

- Me dijeron que esto podía pasar con los humanos. Vosotros sois unos novatos en entender otras vidas. No te preocupes, te acostumbrarás pronto, ¡nos vemos!

Y sin dejar que Maddy se despidiese, se dio la vuelta y caminó hasta la puerta, adquiriendo poco a poco su aspecto normal, que era el de un lagarto azul del tamaño de un perro, pero que caminaba sobre sus patas traseras. 

Maddy estaba segura de que si volvía a encontrárselo no lo reconocería. Regresó a su salsa de almejas con la esperanza de poder arreglarla. Ahora estaba más segura que nunca de que jamás cumpliría con las expectativas de su padre. 


Con los 4 sentidos

¡Muy buenas!

El ejercicio de hoy fue muy interesante pero también difícil. Se trata de intentar explicar a una persona a la que le falta un sentido (vista, oído, olfato...) algún elemento que habitualmente requiera ese sentido como principal fuente para ser percibido, ¡menudo trabajo! 


¡A ver si adivináis que es!

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Lo que te voy a contar sucede cuando vas siguiendo el ritmo enérgico del fluir del agua. De repente hay una breve calma, que poco a poco empieza a vibrar. Entonces la caricia fresca y suave del río se rompe en miles de gotitas. 

Si te asomas podrás notar el vértigo y las partículas de agua mojándote la cara. El fluir antes lineal se vuelve caótico un segundo y se precipita violentamente empujándote hasta el fondo, donde las gotas se ordenan de nuevo. Así, se restaura el flujo constante, no sin antes darte un golpe en la cabeza al sacarla del agua, que puede ser un leve masaje o puede ser mortal, dependiendo del tamaño del río y de la caída. 

Después, según te alejas, se va desvaneciendo el picor de las gotas que caían como perdigones, y la suave corriente acaricia de nuevo tu piel. 


¿Quieres vivir sin dolor?

¡Hola de nuevo!

Hacía tiempo que no escribía ningún relato y ya se me iban acumulando en tinta, así que tenía que darle más a las teclas. El escrito de hoy es muy breve, ya que el ejercicio creativo de este día consistía precisamente en eso. Había que escribir unas pocas líneas en unos minutos, tomando como referencia la pregunta del título. Espero que os guste :)


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¿Quieres vivir sin dolor?


Pues olvídate de todo lo demás. Olvida los sabores, la música, la literatura, la belleza. Olvida la luz y el color. Olvida los sueños y las alegrías. Porque, amigo, el ratón no puede vivir sin el gato y el sol no puede brillar sin la lluvia. Si quieres vivir sin dolor, olvídate del placer, olvídate de vivir. 


domingo, 10 de enero de 2016

La araña

Paco no se manejó nada mal estando de Rodriguez. Habitualmente no hacía muchas labores de casa, pero era un hombre inteligente y observador, así que no tardó demasiado en organizar la casa con soltura. 

De hecho llegó a disfrutar de esos meses de independencia, no sólo por el gusto de hacer lo que a uno le da la gana, sino también por la satisfacción de sentirse capaz. 

Además, ahora que su mujer no vigilaba podía incluso darse caprichos propios de sus años de soltería, como cenar bien de morcilla y fumar en su pipa. 

Una noche, cuando ya había cenado más que bien, se sentó en su sillón orejero y encendió la tele. Agarró la pipa, se la puso en la boca y empezó su delicioso ritual del tabaco. 



El humo subía por el bigote gris y le empañaba los ojos ¡Qué bien se sentía! Pero, de repente, notó algo moverse tras el mueble de la tele que no era humo. Miró bien y vio claramente cómo algo negro se escondía. 

Frunció el ceño y se apretó la pipa entre los dientes. Apoyando las manos en el reposabrazos, se levantó y fue hacia el armario armado con una zapatilla. Al mover el mueble, pudo ver claramente una enorme araña, del tamaño de un puño, aunque con las patitas muy cortas. 

Dudó un momento, y después, acompañado de un gruñido nasal, precipitó la zapatilla contra el asqueroso bicho. Fue sin duda un buen golpe, pero no lo bastante rápido, así que el arácnido echó a correr de nuevo bajo el armario. Era muy veloz para tener ese cuerpo tan gordo. 

A Paco se le ocurrió una idea genial y se felicitó a si mismo por ser tan brillante. Hacía tiempo que las patas del mueble andaban medio rotas, así que pensó que si tiraba de dos de ellas a la vez, el mueble caería con todo su peso sobre la araña y la aplastaría. 

Así que se agachó, agarró las dos patas laterales y mordiendo la pipa hizo fuerza hacia sí. Como él había pensado, el armario cayó y se oyó algo viscoso reventando. Miró hacia el lateral y pudo ver unas salpicaduras de masa verde en el suelo. 

Asqueado, sintió una nausea y tuvo que quitarse la pipa de la boca. Se estaba rascando la cabeza pensando en cómo limpiar aquello, cuando se dio cuenta de que el mueble no tocaba el suelo del todo, había algo duro debajo. Quitó la tele de encima y volcó el mueble sobre un lateral. Se preparó para ver el asqueroso cadáver, pero lo que vio no era lo que esperaba. Allí debajo había una masa verde y una gruesa piel oscura destrozada. 

"¡Qué demonios!" Pensó. Se acercó para verlo mejor pero no consiguió salir de su asombro, ya que el obstáculo era el hueso de un aguacate, acompañado de los restos de la pulpa y la piel, que tenía pelillos en su superficie y ocho patitas cortas. 

Por un momento creyó haberse vuelto loco, o que el cerdo de la cena estaba en mal estado. Se quedó un rato allí, sentado en el suelo delante de la masa verdosa, pensando en lo ocurrido, sin encontrar explicación alguna. 

Finalmente decidió levantarse y llamar a su mujer para contárselo. Para eso sí que no estaba preparado.