Paco no se manejó nada mal estando de Rodriguez. Habitualmente no hacía muchas labores de casa, pero era un hombre inteligente y observador, así que no tardó demasiado en organizar la casa con soltura.
De hecho llegó a disfrutar de esos meses de independencia, no sólo por el gusto de hacer lo que a uno le da la gana, sino también por la satisfacción de sentirse capaz.
Además, ahora que su mujer no vigilaba podía incluso darse caprichos propios de sus años de soltería, como cenar bien de morcilla y fumar en su pipa.
Una noche, cuando ya había cenado más que bien, se sentó en su sillón orejero y encendió la tele. Agarró la pipa, se la puso en la boca y empezó su delicioso ritual del tabaco.
El humo subía por el bigote gris y le empañaba los ojos ¡Qué bien se sentía! Pero, de repente, notó algo moverse tras el mueble de la tele que no era humo. Miró bien y vio claramente cómo algo negro se escondía.
Frunció el ceño y se apretó la pipa entre los dientes. Apoyando las manos en el reposabrazos, se levantó y fue hacia el armario armado con una zapatilla. Al mover el mueble, pudo ver claramente una enorme araña, del tamaño de un puño, aunque con las patitas muy cortas.
Dudó un momento, y después, acompañado de un gruñido nasal, precipitó la zapatilla contra el asqueroso bicho. Fue sin duda un buen golpe, pero no lo bastante rápido, así que el arácnido echó a correr de nuevo bajo el armario. Era muy veloz para tener ese cuerpo tan gordo.
A Paco se le ocurrió una idea genial y se felicitó a si mismo por ser tan brillante. Hacía tiempo que las patas del mueble andaban medio rotas, así que pensó que si tiraba de dos de ellas a la vez, el mueble caería con todo su peso sobre la araña y la aplastaría.
Así que se agachó, agarró las dos patas laterales y mordiendo la pipa hizo fuerza hacia sí. Como él había pensado, el armario cayó y se oyó algo viscoso reventando. Miró hacia el lateral y pudo ver unas salpicaduras de masa verde en el suelo.
Asqueado, sintió una nausea y tuvo que quitarse la pipa de la boca. Se estaba rascando la cabeza pensando en cómo limpiar aquello, cuando se dio cuenta de que el mueble no tocaba el suelo del todo, había algo duro debajo. Quitó la tele de encima y volcó el mueble sobre un lateral. Se preparó para ver el asqueroso cadáver, pero lo que vio no era lo que esperaba. Allí debajo había una masa verde y una gruesa piel oscura destrozada.
"¡Qué demonios!" Pensó. Se acercó para verlo mejor pero no consiguió salir de su asombro, ya que el obstáculo era el hueso de un aguacate, acompañado de los restos de la pulpa y la piel, que tenía pelillos en su superficie y ocho patitas cortas.
Por un momento creyó haberse vuelto loco, o que el cerdo de la cena estaba en mal estado. Se quedó un rato allí, sentado en el suelo delante de la masa verdosa, pensando en lo ocurrido, sin encontrar explicación alguna.
Por un momento creyó haberse vuelto loco, o que el cerdo de la cena estaba en mal estado. Se quedó un rato allí, sentado en el suelo delante de la masa verdosa, pensando en lo ocurrido, sin encontrar explicación alguna.
Finalmente decidió levantarse y llamar a su mujer para contárselo. Para eso sí que no estaba preparado.
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