"Las palabras son nuestra más inagotable fuente de magia" (Albus Dumbledore)

domingo, 6 de diciembre de 2015

Don Quijote vs. El increíble Justo

¡Hola!

El ejercicio de hoy parecía muy difícil al principio, pero con un poco de esfuerzo resultó realmente divertido. El juego consistía en escribir en papelitos los nombres de varios personajes de ficción de cualquier cuento, historia, película o comic de cualquier época, y después coger dos al azar, sin mirar. Con los dos personajes que nos tocasen, teníamos que elaborar una breve historia. Espero que la disfrutéis tanto como yo. 

¡Hasta pronto!

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En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre sí me acuerdo, porque es mi pueblo, vivía un humilde molinero llamado Justo. Os voy a contar su historia porque cosas así no pasan en San Antonio de los Molinos todos los días. 

Como os decía, Justo era molinero aquí. Todos los días se ocupaba de moler el trigo para convertirlo en harina. No os creáis que era un trabajo fácil, siempre era duro y a veces incluso peligroso, ya que los molinos habían visto días mejores. A pesar de ello, Justo nunca se quejaba, de hecho era un hombre muy tranquilo, nunca levantaba la voz ni decía una palabra de más. 

Hasta aquí todo bien, su vida fue tranquila desde el día en que nació hasta aquella calurosa mañana de agosto. El sol brillaba con fuerza cuando apareció en el horizonte una triste figura. Poco a poco se fue acercando hasta que comprendimos que se trataba de un delgado señor que se hacía llamar Don Quijote y decía ser caballero. En el pueblo no nos lo creímos mucho hasta que vimos a su escudero, más bajito y rechoncho, que se hacía llamar Sancho. Ahí ya no pudimos objetar nada, si tenía un escudero no podía ser sino un caballero. 

Al principio nos hizo hasta ilusión, fíjate, un caballero en San Antonio de los Molinos, quién nos lo iba a decir. Les montamos una fiesta con orquesta y todo. Pero no tardó mucho el dichoso Don Quijote en dar problemas. Pronto se puso a hablar de que si gigantes y de que si Dulcineas y nos tenía locos. 

El que más lo sufrió fue el pobre Justo, que día sí y día también se encontraba las aspas de los molinos llenas de sietes y roturas. Y cuando se dio cuenta de quien era, calmado como siempre, intentó razonar con él. Pero parece que las negociaciones no llegaron a buen puerto, porque Justo seguía encontrando destrozos en sus molinos y el otro seguía dando la matraca con los gigantes. 

Hasta que llegó el día en que Justo se encontró un molino tan maltrecho que no pudo hacer su labor. Y ahí que fue a la plaza a buscar al caballero errante, que a esa hora estaba tomándose un finito para descansar de tanta justa. 

Justo le dijo que ya valía, que por ahí ya no pasaba, que dejase de tocar las narices con esa ridícula lanza. Parece que Don Quijote no lo tomó muy bien, y sintiéndose superior a Justo, le pinchó un poco la barriga con la lanza, no para herir la carne sino el orgullo. 

Todos se rieron y vimos a Justo ponerse colorado como nunca. Siguió gritando al esbelto señor, pero como no cedía, Justo se iba poniendo cada vez de un color distinto: rojo, luego blanco, después azul y finalmente empezó a ponerse verde. Ahí ya nadie se reía y las caras de asombro fueron pasando a ser de temor cuando Justo empezó a hincharse como un globo, pero no de gordo sino de fuerte. Creció tanto que llegó a medir cinco palmos más y su espalda y sus brazos llegaron a romper su camisa hasta que se quedó con el torso desnudo. 

En ese momento se le bajaron los humos a Don Quijote, y en cuando Justo empezó a dar puñetazos en el suelo, tan fuertes que movían la tierra, salió trotando en su Rocinante como alma que lleva el diablo. 

Cuando conseguimos cerrar los ojos como platos que se nos habían quedado, Justo ya había recuperado su forma normal y recogía del suelo los trozos de su camisa. Así, tan calmado como solía ser, se despidió como si nada hubiese pasado y se fue para el molino, a ver si podía arreglarlo. 

Lo cierto es que para ser una historia tan jugosa, no se habla mucho de ella en el pueblo, por eso la cuento, para que no se pierda. Eso sí, desde entonces procuramos no toserle mucho a Justo, por si las moscas. 


sábado, 5 de diciembre de 2015

Corderita

Ahora que duermo en una litera tengo mucho tiempo para pensar, le doy muchas vueltas a todo, al contrario de lo que hacía antes. Cada noche, miro la luz a través de las rejas de la ventana y pienso en ella. Ella, ella, ella. Ella que solía ser mi consuelo, ya no está. 

Pienso en cuando la vi por primera vez, con el pelo recogido en una coleta. Me miró tímidamente y se hizo a un lado. Fue tan tierna, tímida y sensible como una ovejita. Desde ese momento hice todo porque fuera mía. Era como una obsesión, algo que no podía controlar. Le escribí versos de amor, le regalé flores, incluso dormí algunas noches bajo su ventana. Me hubiese arrancado la mano a mordiscos si me lo hubiese pedido. Pero no lo hizo, ella jamás haría nada para herir a nadie. 

También me acuerdo de lo dulce fue en sus mejores días, cómo siempre me dejaba el plato más lleno, la mejor almohada, cómo me guardaba el último trozo de chocolate aunque ella se muriese de ganas de comérselo. Me hacía sentir tan bien, cuando estaba a su lado me sentía extasiado. Por eso cuando me separaba de ella todo me parecía terrible. 

Por ejemplo, estar en el trabajo después de estar con ella era como bajar del cielo al infierno. Recuerdo el inmenso odio que les tenía a mis compañeros de trabajo, maldita sea, aquellos cerdos. Eran unos imbéciles sin cerebro, siempre con sus risitas y sus chistes tontos. Ellos no sabían que yo los aborrecía, claro, la primera norma para ascender era caerle bien a todos. Así que yo seguía sus estúpidas bromas y me reía de los chistes sobre mí, aunque por dentro me hirviesen las entrañas. 

Pienso mucho en el día en que empezó. Fue el peor día de mi vida. La empresa había realizado con éxito una importante fusión y nos convertíamos en multinacional. La noticia se filtró y todos lo celebramos con champagne antes de ser oficialmente informados. Casi me alegré de abrazar a aquellos puercos. Al fin llegó el jefe, cargado con una maleta llena de papeles, listo para destrozarme. Con un tono exultante se alegró de comunicarnos que ahora doblábamos la plantilla y pasábamos a ser jefes de sección. Todos. Todos excepto yo. Los otros cinco gorrinos ahora pasaban a ser mis jefes, y lo peor de todo fue ver cómo seguían celebrándolo mientras yo me quedaba ahí de piedra. 

Al rato se dieron cuenta de que estaba allí callado y no se les ocurrió nada mejor que intentar hacerme hablar con sus habituales chistes humillantes. En respuesta, solo hice lo típico, contesté con chistes groseros sobre el peluquín de uno y los cuernos del otro. Estallaron en carcajadas y yo sólo quería romperles los dientes. 

Recuerdo cómo tenía los puños rígidos como la piedra. La sien estaba a punto de estallarme y los gritos de júbilo me atenazaban la cabeza cada vez más. Cuando fue insoportable salí de allí y nadie se dio cuenta. 

Hice el camino de vuelta a casa totalmente petrificado. Era como si mi piel fuese de mármol y mi interior de lava fundida. No recuerdo los detalles, no sé si cogí el autobús o un taxi. Dentro de mi cabeza sólo podía ver las risas de esos imbéciles una y otra vez. 

Todavía veo la sonrisa de ella cuando abrió la puerta. Sé que dijo algo, pero no sé qué. Tal vez ni siquiera llegó a pronunciar ninguna palabra, porque cuando vio mi cara se le desencajó el rostro y dio un paso atrás. Su movimiento fue como un resorte que activase mi puño, que se desplazó hacia su cara como si tuviese vida propia. Los dos nos quedamos perplejos, y por un segundo pensé que se enfadaría y respondería, o tal vez saliese huyendo. Pero no, se quedó mirándome como un cordero pidiendo perdón. Otros no se atreverían a confesarlo, pero sentí placer. Podía notar que podría hacer cualquier cosa con ella y no se hubiese quejado. El poder que tenía era absoluto y era maravilloso. 

Iba descargando lava fundida y me sentía cada vez más poderoso, con cada chasquido de hueso y cada grito mi humillación se iba aliviando. Mi querida, hasta se ocupaba de recoger mis miserias. 

Pienso en la cara que vi al despertarme la mañana siguiente, era horrible. Mi querida ovejita, que era tan guapa, estaba casi desfigurada, con el rostro hinchado y morado. Esto si lo confiesan todos: me arrepentí mucho. Me maldije por ser un gusano, por no haber sido capaz de romper las caras de mis colegas y sí la de mi esposa. Durante un mes entero yo me convertí en cordero, y la cuidé y la mimé para que me perdonase. Hice todo lo que nunca hacía, cociné, limpié, le curé las heridas, incluso volví a comprarle flores. 

Pienso en que ojalá no me hubiese perdonado. Pasada la tormenta, todo pareció volver a la normalidad. Sin embargo, poco a poco esa paz que solía sentir a su lado se fue apagando. Así que yo solía estar mucho más irritable y ella hacía las cosas cada vez peor. Como aquel día en que vino su madre de visita y no paró de criticar nuestra casa. Ella no hizo nada por detenerla y tuve que pasar toda la tarde oyendo a esa vieja bruja. O aquella vez que me tuve que ir sin comer porque la comida estaba demasiado salada, ¿dónde estaba mi corderita complaciente? Se había vuelto torpe y ya no era capaz de agradarme como lo hacía antes, así que me hacía sentir tan mal, que acababa perdiendo el control. Hasta que pronto tuvo la cara tan marcada que parecía haber pasado por una guerra, dejó de tener aquel brillo radiante. 

Los días eran cada vez peores, un demonio de fuego me abrasaba el cuerpo y sólo mi linda corderita conseguía calmarme. Ahora que lo veo con distancia puede sonar a excusa, pero yo no quería hacerle daño, sólo quería sentirme bien. Hubiese hecho cualquier cosa por sentirme bien, pero era cada vez más difícil. No sé explicar porqué pasaba, pero cada vez me sentía más humillado por todo, y menos aliviado al golpearla, por eso cada vez los golpes eran más fuertes y más frecuentes. 

Pienso en los vecinos, en la familia, en los amigos. Realmente estaba deseando que alguien dijese algo, que me detuvieran, pero nadie hizo nada. Había muchas miradas de odio hacía mi y de lástima hacia ella, pero si alguien habló con ella yo no tuve noticia. Desde luego a mi nadie me tosió. 

Me acuerdo muy bien del día en que acabó todo. No fue un día especial, ahora la normalidad se había convertido en golpes y gritos. Sólo que ese día ella no se despertó. Así que me quedé solo con monstruo en que me había convertido. Fue terrible, peor que el día de la fusión, porque ahora ya no me quedaba nadie alguien culpar, estaba sólo contra mi bestia. Entre ecos sólo pude empezar a sollozar como un niño, y así me encontraron, llorando con mi corderita en los brazos. Esa humillación ya nadie me la puede quitar. 

A veces pienso en pedirle perdón, aunque no pueda oírme, pero luego me acuerdo de otras veces en que lo hice y no sirvió para nada. Así que me callo. Es el único acto de respeto que puedo darle, ahora que se lo he quitado todo. 


viernes, 4 de diciembre de 2015

Noche

Marcos caminó hasta que cayó la tarde con la carta de despido ardiéndole en el bolsillo. Cuando ya era casi noche cerrada, se topó con el bar "Night". Era un local típico de la noche, jamás lo verías abierto bajo la luz del sol. Y como guarida nocturna que era, solía albergar a los amantes de lo oscuro. Allí se solían mezclar fracasados, prostitutas, traficantes, abogados, vendedores de seguros, divorciados, empresarios... en definitiva, todo aquel que estuviese dispuesto a enterrar las amarguras del día en un manto de oscuridad, sustancias recreativas y música estridente. 

Con el sabor del fracaso todavía en la boca Marcos decidió entrar, dispuesto a perderse en la sudorosa multitud. Después de aquel año terrible de trabajo y su humillante despido, decidió que necesitaba desconectarse de la realidad. 

Tras un rato forcejeando en la barra con chicas ligeras de ropa y tipos de mirada agresiva, consiguió pedir una copa, que se bebió casi de un trago. "Ahí va" pensó, con eso enterraría toda la ira acumulada durante estos años de abusos. 

Miró hacia la pista de baile tal vez en busca de alguna mujer sola a la que le pareciera fácil acercarse. Pero el vuelco que sintió en el estómago le impidió fijarse en ninguna. Tal vez los siguientes tragos tendrían que ser más suaves. "Sin prisa pero sin pausa" se dijo. Y trago a trago fue dejándose llevar por la atronadora música que cada vez se aferraba más a su cerebro, impidiéndole pensar en otra cosa. Cada vez que tomaba un trago visualizaba un pensamiento de ira; aquella vez aceptó trabajar hasta tarde, el día que tuvo que limpiar los baños, ese mes en que le pagaron sólo un tercio, aquel día que fue ridiculizado en público...

A medida que pasaba la noche esos ecos se volvían menos intensos y se iba sintiendo más anestesiado. Pronto empezó a tener problemas para coordinar bien su cuerpo, y la fatiga empezaba a adueñarse de él. En ese preciso momento vio como dos chicas compartían cuchicheos en un esquina especialmente oscura. No paraban de hablase al oído y reír como dos niñas de colegio. A su aturdido cerebro le pareció reconocer que una de ellas lo miraba y sus piernas caminaron solas hacia ellas. Sin embargo, sin percatarse si quiera de su presencia, recogieron sus bolsos diminutos de la repisa para dejar copas y se alejaron. Aunque sus párpados ya iban cayendo, vio encima de la repisa tres pastillas, seguramente caídas del bolsito con lentejuelas. A pesar de la borrachera todavía sintió la punzada del fracaso con las chicas, que ni siquiera se habían percatado de que existía. Así que tomarse una de esas píldoras amarillas le pareció una buena idea. Tal vez probaría otra sensación diferente a la miseria. 

Al principio no notó nada, pero tras tres canciones una terrible sensación de claustrofobia le invadió de pies a cabeza. Como si se tratase de un animal encerrado, salió del local a empujones. 

Cuando consiguió salir, una oleada de aire frío le impactó en la cara, aliviando su angustia. Inmediatamente se sintió lleno de euforia y se regocijó en el maravilloso silencio que reinaba fuera, no podía oír nada salvo el característico pitido de oído que queda al salir de un local ruidoso. 

Con los pies tambaleantes intentó buscar el camino a casa pero pronto se encontró perdido. Por esa zona todas las calles eran parecidas y no podía reconocer en cual se encontraba. Llegó a un callejón totalmente solitario, donde sólo se oía una gotera sobre unos cubos de basura. No sabía donde estaba y la cabeza le daba vueltas. 

Detrás de sí oyó un gemido, que le paralizó el cuerpo. Después unos susurros y silencio otra vez. Lo invadió el pánico y fue corriendo sigilosamente a esconderse detrás del cubo metálico donde caía la gotera, y miró hacia donde venían los ruidos. 

Pasados unos segundos la luz de una farola iluminó una figura que no alcanzó a reconocer saliendo tras un contenedor, por un momento pensó que le estaba mirando, pero puso respirar tranquilo cuando se alejó despacio con ruido de tacones, debía de ser una mujer. 

Aliviado salió de su escondite y se acercó a la esquina del contenedor para curiosear cómo se alejaba la chica. Cuando asomaba la cabeza por la pared de ladrillo, alguien le agarró de la mano y sintió un vuelco en el corazón que casi se lo hace explotar. Un hombre igual que su tiránico jefe, pero con el traje manchado, despeinado y tan borracho como él lo estaba mirando y le agarraba el brazo. Sin duda habían participado en la misma fiesta. 

No supo si el valor se lo dieron las drogas o era suyo, pero ahora que no tenía nada que perder, puso todos los recuerdos que había adormecido en su puño libre y lo estrelló con toda la fuerza que pudo en la cara de aquel monstruo. Éste cayó de espaldas. No le importó si estaba vivo o muerto, se dio la vuelta y dejó que la tranquilidad le embriagara ésta vez de camino a casa. 



martes, 1 de diciembre de 2015

María

¡Bienvenidos un día más!

El relato de hoy viene de un ejercicio muy interesante. Se trataba de intentar dar más o menos importancia a las palabras según el orden que ocupasen. Se nos dieron tres palabras y debíamos colocarlas cada cual en una frase distinta. Dependiendo de si queríamos darle protagonismo o quitárselo, debíamos colocar la palabra en un lugar determinado. La verdad es que no fue nada fácil y no siempre conseguí el resultado. 

De todas formas, una vez corregido el ejercicio, debíamos escribir un pequeño relato utilizando esas tres frases. Ahí va el mío, espero que os guste. 


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María no aguantaba más y decidió llevarse todo lo que le aferraba al pasado. Todas aquellas inútiles cosas. Sus joyas, sus vestidos, incluso la ropa de cama que había bordado a mano. Todo le recordaba la horrible esclavitud que había vivido aquellos años. Pero ahora estaba dispuesta a arrancar cada barrote de oro de su insoportable jaula. 

Al bajar por la escalera con todo aquello, se encontró con la estricta figura de su madre. Sabía lo que pretendía, estaría dispuesta a retenerla en su cautiverio doméstico por encima de todo. No pasó ni un segundo y sus apretados labios se abrieron para soltar una interminable lista de argumentos por los que debería seguir siendo una sumisa esposa y madre. 

Mientras escuchaba de fondo el discurso, sólo podía mirarse reflejada en los ojos de su madre, como si fuesen dos copias de la misma persona, una dentro de la otra. La ira invadió cada centímetro de María, que soltó el bulto de ropa y con una poderosa mano golpeó la carísima mesa de cristal, haciéndose un corte. La visión de la sangre enmudeció a la madre y encabritó a la hija aún más. Durante un segundo pareció que la tiránica madre volvía a moverse, ante lo cual María volcó la mesa, que se rompió por completo llenando el suelo de añicos. Hubiese hecho cualquier cosa con tal de no volver a escucharla. 

Ante la desencajada cara de su madre, María se dirigió hacia la salida y cerró con un sonoro portazo su vida anterior. Ella, que siempre había sido tan intransigente, fue capaz de romper todas las normas posibles.