"Las palabras son nuestra más inagotable fuente de magia" (Albus Dumbledore)

domingo, 31 de enero de 2016

Extraños desconocidos

Maddy había cumplido su deseo: alejarse de todo por un tiempo indefinido. Si bien es cierto que en ocasiones dudaba de su decisión, la mayoría del tiempo podía mirarse al espejo y confirmar que seguía siendo ella quien quiso estar allí. 

No fue una decisión fácil, se había embarcado en el primer crucero espacial de la historia, y eso suponía muchos desafíos. Por una parte, los típicos de cualquier trabajo nuevo, nada menos que enfrentarse a las exigencias de sus jefes, de sus compañeros, de los clientes y de sí misma. Y por otro, mantener el miedo a raya siempre que había algún imprevisto en la nave espacial. 

Además, cuando el trabajo resultaba especialmente duro en la cocina de la nave, tenía que esforzarse en pensar que aquello era mejor que escuchar a su padre que debía estudiar lenguas alienígenas para llegar a ser alguien importante. Le pasaba sobretodo cuando estaba preparando la salsa de almejas, que era realmente complicada, ya que debía quedar comestible para siete especies diferentes. Lo que suponía que un pequeño error podría matar a parte importante de los pasajeros. 

Estaba muy concentrada comprobando que la cantidad de perejil fuese exacta cuando llegó un grupo de unos diez desconocidos muy extraños en la cocina. Eran muy similares a los humanos, sólo que su piel era azulada y escamosa. Además, sus ojos no tenían pupila, sino que eran simples globos oculares blancos, lo que les daba un aspecto muy siniestro. Aunque eran mejores que las bestias con tentáculos de la cubierta cinco. 

No tardó mucho en aparecer un guía que les explicó en su lengua cómo funcionaba la cocina, o eso le pareció por los gestos que hacía. Cuando el grupo fue saliendo, un rezagado se quedó mirando a Maddy con esos ojos sin dirección y se acercó a ella. 

- Hola - dijo mecánicamente - me debes dinero. 

Maddy hizo una mueca, entre sorprendida y asqueada por el aspecto de ese ser semi-humano. Los ojos inertes del alienígena captaron su desagrado y al parpadear, dos pupilas negras rodeadas de iris azul aparecieron en cada uno de sus globos blancos. 

- ¡Hola! - dijo esta vez más enérgico - me debes dinero. 

Algo más reconfortada por una mirada más reconocible, Maddy consiguió balbucear unas palabras. 

- No lo recuerdo...

La nueva mirada del extraterrestre se volvió más empática, respiró hondo, cerró los ojos, que podía ver moverse bajo sus párpados y poco a poco, su piel se fue volviendo rosada y suave, como la de la chica. 

- ¡Cielos! - se sorprendió, y se le cayó el tarro de perejil en la cazuela, estropeando la salsa. 

- Te ruego me disculpes - dijo ésta vez el ser, como si hubiese nacido en la Tierra - Estoy aprendiendo tu raza todavía. 

- Querrás decir mi idioma. 

- Sí, eso también - explicó con paciencia - pero en mi planeta, además de aprender la lengua de una especie, aprendemos también su aspecto. 

A Maddy podrían haberle pinchado con una aguja y no hubiese salido sangre. Ante su cara perpleja, el amable ser rió. 

- Me dijeron que esto podía pasar con los humanos. Vosotros sois unos novatos en entender otras vidas. No te preocupes, te acostumbrarás pronto, ¡nos vemos!

Y sin dejar que Maddy se despidiese, se dio la vuelta y caminó hasta la puerta, adquiriendo poco a poco su aspecto normal, que era el de un lagarto azul del tamaño de un perro, pero que caminaba sobre sus patas traseras. 

Maddy estaba segura de que si volvía a encontrárselo no lo reconocería. Regresó a su salsa de almejas con la esperanza de poder arreglarla. Ahora estaba más segura que nunca de que jamás cumpliría con las expectativas de su padre. 


Con los 4 sentidos

¡Muy buenas!

El ejercicio de hoy fue muy interesante pero también difícil. Se trata de intentar explicar a una persona a la que le falta un sentido (vista, oído, olfato...) algún elemento que habitualmente requiera ese sentido como principal fuente para ser percibido, ¡menudo trabajo! 


¡A ver si adivináis que es!

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Lo que te voy a contar sucede cuando vas siguiendo el ritmo enérgico del fluir del agua. De repente hay una breve calma, que poco a poco empieza a vibrar. Entonces la caricia fresca y suave del río se rompe en miles de gotitas. 

Si te asomas podrás notar el vértigo y las partículas de agua mojándote la cara. El fluir antes lineal se vuelve caótico un segundo y se precipita violentamente empujándote hasta el fondo, donde las gotas se ordenan de nuevo. Así, se restaura el flujo constante, no sin antes darte un golpe en la cabeza al sacarla del agua, que puede ser un leve masaje o puede ser mortal, dependiendo del tamaño del río y de la caída. 

Después, según te alejas, se va desvaneciendo el picor de las gotas que caían como perdigones, y la suave corriente acaricia de nuevo tu piel. 


¿Quieres vivir sin dolor?

¡Hola de nuevo!

Hacía tiempo que no escribía ningún relato y ya se me iban acumulando en tinta, así que tenía que darle más a las teclas. El escrito de hoy es muy breve, ya que el ejercicio creativo de este día consistía precisamente en eso. Había que escribir unas pocas líneas en unos minutos, tomando como referencia la pregunta del título. Espero que os guste :)


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¿Quieres vivir sin dolor?


Pues olvídate de todo lo demás. Olvida los sabores, la música, la literatura, la belleza. Olvida la luz y el color. Olvida los sueños y las alegrías. Porque, amigo, el ratón no puede vivir sin el gato y el sol no puede brillar sin la lluvia. Si quieres vivir sin dolor, olvídate del placer, olvídate de vivir. 


domingo, 10 de enero de 2016

La araña

Paco no se manejó nada mal estando de Rodriguez. Habitualmente no hacía muchas labores de casa, pero era un hombre inteligente y observador, así que no tardó demasiado en organizar la casa con soltura. 

De hecho llegó a disfrutar de esos meses de independencia, no sólo por el gusto de hacer lo que a uno le da la gana, sino también por la satisfacción de sentirse capaz. 

Además, ahora que su mujer no vigilaba podía incluso darse caprichos propios de sus años de soltería, como cenar bien de morcilla y fumar en su pipa. 

Una noche, cuando ya había cenado más que bien, se sentó en su sillón orejero y encendió la tele. Agarró la pipa, se la puso en la boca y empezó su delicioso ritual del tabaco. 



El humo subía por el bigote gris y le empañaba los ojos ¡Qué bien se sentía! Pero, de repente, notó algo moverse tras el mueble de la tele que no era humo. Miró bien y vio claramente cómo algo negro se escondía. 

Frunció el ceño y se apretó la pipa entre los dientes. Apoyando las manos en el reposabrazos, se levantó y fue hacia el armario armado con una zapatilla. Al mover el mueble, pudo ver claramente una enorme araña, del tamaño de un puño, aunque con las patitas muy cortas. 

Dudó un momento, y después, acompañado de un gruñido nasal, precipitó la zapatilla contra el asqueroso bicho. Fue sin duda un buen golpe, pero no lo bastante rápido, así que el arácnido echó a correr de nuevo bajo el armario. Era muy veloz para tener ese cuerpo tan gordo. 

A Paco se le ocurrió una idea genial y se felicitó a si mismo por ser tan brillante. Hacía tiempo que las patas del mueble andaban medio rotas, así que pensó que si tiraba de dos de ellas a la vez, el mueble caería con todo su peso sobre la araña y la aplastaría. 

Así que se agachó, agarró las dos patas laterales y mordiendo la pipa hizo fuerza hacia sí. Como él había pensado, el armario cayó y se oyó algo viscoso reventando. Miró hacia el lateral y pudo ver unas salpicaduras de masa verde en el suelo. 

Asqueado, sintió una nausea y tuvo que quitarse la pipa de la boca. Se estaba rascando la cabeza pensando en cómo limpiar aquello, cuando se dio cuenta de que el mueble no tocaba el suelo del todo, había algo duro debajo. Quitó la tele de encima y volcó el mueble sobre un lateral. Se preparó para ver el asqueroso cadáver, pero lo que vio no era lo que esperaba. Allí debajo había una masa verde y una gruesa piel oscura destrozada. 

"¡Qué demonios!" Pensó. Se acercó para verlo mejor pero no consiguió salir de su asombro, ya que el obstáculo era el hueso de un aguacate, acompañado de los restos de la pulpa y la piel, que tenía pelillos en su superficie y ocho patitas cortas. 

Por un momento creyó haberse vuelto loco, o que el cerdo de la cena estaba en mal estado. Se quedó un rato allí, sentado en el suelo delante de la masa verdosa, pensando en lo ocurrido, sin encontrar explicación alguna. 

Finalmente decidió levantarse y llamar a su mujer para contárselo. Para eso sí que no estaba preparado.