Maddy había cumplido su deseo: alejarse de todo por un tiempo indefinido. Si bien es cierto que en ocasiones dudaba de su decisión, la mayoría del tiempo podía mirarse al espejo y confirmar que seguía siendo ella quien quiso estar allí.
No fue una decisión fácil, se había embarcado en el primer crucero espacial de la historia, y eso suponía muchos desafíos. Por una parte, los típicos de cualquier trabajo nuevo, nada menos que enfrentarse a las exigencias de sus jefes, de sus compañeros, de los clientes y de sí misma. Y por otro, mantener el miedo a raya siempre que había algún imprevisto en la nave espacial.
Además, cuando el trabajo resultaba especialmente duro en la cocina de la nave, tenía que esforzarse en pensar que aquello era mejor que escuchar a su padre que debía estudiar lenguas alienígenas para llegar a ser alguien importante. Le pasaba sobretodo cuando estaba preparando la salsa de almejas, que era realmente complicada, ya que debía quedar comestible para siete especies diferentes. Lo que suponía que un pequeño error podría matar a parte importante de los pasajeros.
Estaba muy concentrada comprobando que la cantidad de perejil fuese exacta cuando llegó un grupo de unos diez desconocidos muy extraños en la cocina. Eran muy similares a los humanos, sólo que su piel era azulada y escamosa. Además, sus ojos no tenían pupila, sino que eran simples globos oculares blancos, lo que les daba un aspecto muy siniestro. Aunque eran mejores que las bestias con tentáculos de la cubierta cinco.
No tardó mucho en aparecer un guía que les explicó en su lengua cómo funcionaba la cocina, o eso le pareció por los gestos que hacía. Cuando el grupo fue saliendo, un rezagado se quedó mirando a Maddy con esos ojos sin dirección y se acercó a ella.
- Hola - dijo mecánicamente - me debes dinero.
Maddy hizo una mueca, entre sorprendida y asqueada por el aspecto de ese ser semi-humano. Los ojos inertes del alienígena captaron su desagrado y al parpadear, dos pupilas negras rodeadas de iris azul aparecieron en cada uno de sus globos blancos.
- ¡Hola! - dijo esta vez más enérgico - me debes dinero.
Algo más reconfortada por una mirada más reconocible, Maddy consiguió balbucear unas palabras.
- No lo recuerdo...
La nueva mirada del extraterrestre se volvió más empática, respiró hondo, cerró los ojos, que podía ver moverse bajo sus párpados y poco a poco, su piel se fue volviendo rosada y suave, como la de la chica.
- ¡Cielos! - se sorprendió, y se le cayó el tarro de perejil en la cazuela, estropeando la salsa.
- Te ruego me disculpes - dijo ésta vez el ser, como si hubiese nacido en la Tierra - Estoy aprendiendo tu raza todavía.
- Querrás decir mi idioma.
- Sí, eso también - explicó con paciencia - pero en mi planeta, además de aprender la lengua de una especie, aprendemos también su aspecto.
A Maddy podrían haberle pinchado con una aguja y no hubiese salido sangre. Ante su cara perpleja, el amable ser rió.
- Me dijeron que esto podía pasar con los humanos. Vosotros sois unos novatos en entender otras vidas. No te preocupes, te acostumbrarás pronto, ¡nos vemos!
Y sin dejar que Maddy se despidiese, se dio la vuelta y caminó hasta la puerta, adquiriendo poco a poco su aspecto normal, que era el de un lagarto azul del tamaño de un perro, pero que caminaba sobre sus patas traseras.
Maddy estaba segura de que si volvía a encontrárselo no lo reconocería. Regresó a su salsa de almejas con la esperanza de poder arreglarla. Ahora estaba más segura que nunca de que jamás cumpliría con las expectativas de su padre.