"Las palabras son nuestra más inagotable fuente de magia" (Albus Dumbledore)

lunes, 1 de agosto de 2016

Un regalo para el abuelo

¡Estoy de vuelta y traigo grandes noticias!

Como habréis podido comprobar, hubo un largo parón en las historias, y es que por motivos ajenos a mi voluntad, no pude acudir al curso de escritura durante el último trimestre y me quedé sin historias que pasar de tinta a las teclas. 

Pero eso no significa que haya dejado las letras de lado, ¡ni mucho menos! Como cada año, el curso de escritura creativa Alfa ha autopublicado un libro con los relatos de sus alumnos, y por supuesto no me quise quedar sin participar. Ha sido una gran ilusión poder ver mis palabritas impresas en papel, junto al trabajo de tantos compañeros.

Para participar en la compilación, cada alumno suele escoger uno de los relatos escritos durante el curso y reescribirlo de forma más cuidada y adaptándose a las exigencias de espacio y temática. También ha sido magnífico poder experimentar a mi pequeño nivel, el gran trabajo que supone publicar y darle forma a un relato. 



Y así es como tras varias revisiones "El abuelo" se convirtió en "Un regalo para el abuelo", que ahora forma parte del conjunto "Que es un soplo la vida". 
Espero que lo disfrutéis tanto como yo escribiéndolo y ¡que nunca dejéis de leer!

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Felipe pasó su vigésimo cumpleaños contemplando el ataúd de su abuelo. No podía haberse imaginado una celebración peor. Después de un día tan largo rodeado de tristeza, necesitaba unos instantes de soledad, así que dejó a la familia en el salón y fue a la cocina. Fue a servirse un vaso de agua, pero al meter la mano en el armario sintió un pellizco en el pulgar. Apartó el brazo y una pequeña dentadura de cuerda que daba mordiscos al tocarla cayó al suelo. Su abuelo solía esconderla por los armarios de la casa para asustar a su familia. <<Hay que estar listo para lo inesperado>>, decía siempre. Encontrar aquella trampa le hizo sonreír por primera vez en todo el día. 

Aún sonriendo, se dirigió al despacho del anciano, donde tal vez aliviaría un poco el enfado que sentía hacia él por elegir precisamente el día de su cumpleaños, que siempre celebraban juntos, para morir. 

El despacho aún conservaba la esencia de aquel viejo al que tanto quería. Desde la puerta, como si mirase una pantalla de cine, fue repasando el interior. El espíritu del abuelo seguía vivo en cada uno de sus rincones. Llamaba especialmente la atención el gran cuadro que ocupaba toda la pared izquierda. En él estaba enmarcada la colección de botones raros, dispuestos de tal forma que componían un botón clásico gigantesco. En la pared de enfrente estaba la biblioteca llena de libros en mil idiomas y animalitos disecados con divertidos sombreros. Felipe sintió una punzada en su estómago, nunca podría volver a preguntarle al abuelo Matías las historias locas que acompañaban a todos aquellos tesoros. Muchas las conocía, otras ya no podría oírlas en su voz. 

Entró por fin en el despacho y tomo la foto sobre el escritorio. Se vio a si mismo cuando tenía diez años, estaba sonriendo con la boca ensangrentada. Esa mañana se había caído en las rocas mientras intentaba atrapar el pez diminuto que sujetaba en la imagen. Felipe había intentado limpiarse para la foto, pero el abuelo se enfadó mucho y lo detuvo; siempre decía que era más importante recordar el sacrificio que se hacía para conseguir algo que el logro en sí. Así era el abuelo, un apasionado de lo peculiar. Y un sabio, aunque a menudo lo tachasen de loco y excéntrico, pero eso era porque la mayoría de la gente no conseguía entender sus razones. ¿Qué iba a hacer ahora sin él? ¿Quién le enseñaría la forma correcta de ver el mundo? Felipe se sintió tremendamente solo. Devolvió la foto a su sitio con cuidado y siguió en busca de esa conexión que ahora sentía perdida. 

Abrió el viejo baúl de madera. Allí estaba el horrendo muñeco de guiñol que le asustaba cuando era pequeño. Revivió el mismo terror que el día de su séptimo cumpleaños cuando el abuelo lo sacó para intentar hacer una actuación que terminó con ocho niños llorando. El padre de Felipe le echó una buena bronca por tener esa idea. Después de aquello, Matías se disculpó con su nieto por estropearle el día y le dijo que solo quería enseñarles ese muñeco horrible para que supiesen que todas las cosas feas de este mundo se pueden transformar. Si le hubiesen dejado terminar la obra, les podría haber enseñado un encantamiento para convertir todo lo aterrador de este mundo en una oportunidad, en una aventura. A Felipe se le inundaron los ojos, ojalá supiese cuál era ese hechizo para poder cambiar también este día. 

Volvió a cerrar la tapa del baúl y se centró en el primer cajón del escritorio. Allí encontró parte de la correspondencia del abuelo. La carta que más le gustó a Felipe fue una donde el viejo recriminaba al agente inmobiliario que le había vendido la casa que ésta no estuviese encantada, tal y como decía toda la gente del pueblo. Se rio a carcajadas con las quejas del entonces joven Matías, que alegaba que en dos meses no había visto ni un solo fantasma. En el siguiente cajón encontró solo dos cosas, un abrecartas y un sobre cerrado que decía: <<Mis últimas palabras para mi querido nieto Felipe>>. Sintió un vuelvo en el corazón y rasgó el sobre con ansiedad. Su mano temblorosa sujetaba el papel rugoso con unas pocas líneas escritas. Se sentó en el suelo y comenzó a leer despacio, saboreando cada palabra: 

<<Mi queridito Felipe, mucho me temo que éste va a ser el segundo cumpleaños que voy a estropearte. Seré breve porque ya sabes que odio a los robatiempos. La gente suele dar regalos en los cumpleaños, pero ya has podido comprobar que yo no soy como la gente, así que te pido que me des un regalo a mí. Te ruego que me recuerdes. Mi única esperanza para seguir vivo de una forma digna es tu recuerdo. Los demás nunca han entendido quién soy, no les culpo, no creo que fuese fácil ser familia de un chalado, como todos me consideraban. Incluso tu abuela, que me ha tratado con tanto amor, no podía ver lo que tú. Espero que nuestras vivencias juntos te hagan más bien que mal el resto de tu vida y, sino es así, transfórmalo. Ya eres mayor para saber que no hacen falta hechizos mágicos para eso. Recuerda también que el tiempo que tienes es breve; lo que para ti es toda una vida, apenas veinte años, para mí ha sido poco más que un parpadeo. El tiempo irá cada vez más deprisa, no lo malgastes. 

Te quiero, Felipe, dame tu regalo y siempre estaré contigo>>. 

Felipe dobló la hoja en silencio y no se esforzó por contener las lágrimas. Se sintió aliviado por hacer las cosas al estilo del abuelo y poder ofrecerle un regalo por su cumpleaños, el mejor que nunca haría.